El zapoteco esta al amanecer, está en sus mujeres
a las cinco de la mañana, está en ese huipil, en esa enagua y esas trenzas, no
el de los trajes majestuosos y deslumbrantes de las velas, está en la solicitud
al creador por su bendición para que las mercancías del día se vendan y se
acaben.
Zapoteco, a ti te encontramos en el pescado
horneado, entre los tamalitos de elote, te asomas entre la iguana y su guiso,
no dejas de estar presente en el guetabingui y en el totopo.
Te dejas oír entre el paso de la carreta tirada
de una yunta de bueyes, en el hombre anciano que animoso procura llegar antes
de la puesta del sol al campo. No solo estas ahí; estas entre tu gente, esa que
te pronuncia cadencioso en el mercado, en las tiendas y oficinas.
Te muestras enérgico en un imperativo que el
maestro de obras le enuncia a sus colaboradores.
Te muestras entre los taxistas que temerosos de
hablar el castellano con sus pasajeros, solo parecen ser felices si tu estas en
sus conversaciones.
Zapoteco no te acabes, no te acabes nunca, porque
el día que te extingas se extinguirá la esencia de las vendedoras de flores, de
pescados de huaraches y de orfebrería y huipiles. La comida perderá su sabor; los ancianos perderán
su peculiaridad y tus mujeres su belleza.
por Orlando López.